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José Ángel Domínguez Calatayud / Actualizado 11 febrero 2017 |
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fjrigjwwe9r1_articulos:cuerpo Continuando la tradición del PGA Tour, la primera jornada hubo de ser suspendida por inclemencias meteorológicas. La costa californiana, vista por televisión era como una acuarela de una ribera escocesa pintada por William McTaggart, mientras la barría un viento del Suroeste cargado de rabia y lluvia. Es inexplicable esa tradición de buscar las tormentas para organizar los torneos. Es inexplicable, persistente y enigmático.
Al otro lado del Pacífico, a 23 horas de vuelo desde Monterrey, dormían tranquilamente su segunda jornada los participantes en el Maybank Championship. A la sombra de las Torres Petronas, en Kuala Lumpur, el austriaco Berndt Wiesberger lideraba provisionalmente la pizarra. Pablo Larrazábal era el mejor español en el top 20.
Volviendo a California, todos lo jugadores habían completado la primera jornada, y veíamos que Pebble Beach conserva su glamour ya sea con sol radiante o bajo los marengos de las nubes del Pacífico. Y Jon Rahm supo ponerse a la altura de la exigencia. Con unos primeros nueve hoyos soñados de -6, el español era en ese momento la mejor vuelta del idea y había igualado el récord de birdies en unos primeros nueve.
Junto a Jon Rahm, en la salida del hoyo 7, un precioso par tres mirando a las olas, una gaviota se estaba enamorando de su swing. La vimos luego posarse en la calle del hoyo 8 para ver el segundo golpe, un certero hierro al centro del green. Suspiró, aleteó y se perdió en la niebla por encima de la espuma marina.
Y sí, hubo parón. La niebla, igual que la gaviota antes, quiso medir la calidad del juego del vasco. Pero un vasco cuando hay niebla no juega: reposa para la reanudación del combate. Y cuando veinte minutos después se puso a la pelea no dudó y continuó su buen juego.
Desde luego su buen arranque fue una plataforma formidable para mantener una posición ventajosa para el fin de semana. Cuando uno lo ve por el campo, no parece que Jon Rahm sea un novato, sino alguien prudente que sabe qué debe hacerse en cada momento.
No es fácil un actitud como esa teniendo sólo veintidós años. Pero si se tiene es una fortuna que ayuda a crecer y mejorar. Y tiene todas las trazas de que va a continuar. No se le ve perplejo. No se le ve orgulloso, más haya de la lógica satisfacción por el objetivo conseguido, por el trabajo acabado. Tampoco se le ve abrumado por que las cosas salgan bien. Si cierra el puño victorioso tras un birdie, es para volver inmediatamente a la concentración de mente y movimientos.
No hay sólo suerte cuando el acierto es una consecuencia del ejercicio cabal, medido y excelente de la propia profesión.
Jon Rahm es ya un joven profesional capaz de los retos que se ha propuesto encarar. Cuando llegue el día ahí estará. Cuando llegue ese momento en que las cosas no salgan como se preveía sabrá sacar consecuencias y pasar los malos ratos como mal necesario para el bien propuesto.
Me he puesto demasiado formal. Decía Oscar Wilde en el abanico de Lady Windemere que “Londres está lleno de niebla y gente seria. No sé si la niebla produce a la gente seria o si la gente seria produce la niebla”.
A ver si entre sábado y domingo levanta el sol californiano y nos trae la alegría de otra victoria de Jon Rahm. Y si no, al menos, el aplauso y entusiasta de la gaviota y de la niebla.
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