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Perderlo todo al final del trayecto, en el golf y en la vida, es evitable con fortaleza mental

Estos días hemos asistido a la debacle de sendos líderes que ya tenían cantada su victoria cuando salían en el partido estelar en la última jornada.

GESTIONAR LA ÚLTIMA PRESIÓN
José Ángel Domínguez Calatayud / Actualizado 14 enero 2015 Ampliar el textoReducir el textoImprimir este artículoCorregir este artículoEnviar a un amigo
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Por un lado Charl Schwartzel, que al comenzar el día sacaba 7 golpes a Andy Sullivan en el tee del Hoyo 1 del South Africa Open, vio cómo el inglés le restaba 1 golpe en la primera vuelta y otros 6 en la segunda. Andy le esperaba en Casa Club con -11, cuando el sudafricano había llegado a disfrutar de un -14 al pasar por el hoyo 13; pero desde el hoyo 14 al 18 fundió su renta y acabó perdiendo en el hoyo de desempate.
 
Saltando un charco y medio –el Atlántico y medio Pacífico – contemplamos un escena parecida en Kapalua (Hawai): Patrick Reed le “robó” no sólo la cartera, sino la bolsa de palos completa a Jimmy Walker, dominador desde el hoyo 1. También en la segunda parte el torneo dio la vuelta. Reed, que marchaba delante del partido de Walker, se mostró agresivo y concentrado; y así pudo inventarse un eagle en el hoyo 16, que en la distancia tuvo que ser visto por Jimmy Walker. Y todo mudó en el hombre que menos sonríe del Circuito americano. En el hoyo de desempate, el torneo se lo llevó Reed.
 
¿Qué pasa por la cabeza de un líder cuando llevando una diferencia considerable sobre sus inmediatos perseguidores ve que uno de ellos mejora de manera prodigiosa?
 
Debe ser algo parecido a lo que me ocurrió a mí en una ocasión. Corría el año de la Expo de Sevilla y mis afanes se centraban en evitar que sufriese el menor percance ninguno de los cientos de directivos franceses que habían venido juntos desde la Maison Mère a disfrutar del evento. A un lector poco avisado le puede parecer tarea glamurosa más fácil que calzarse unos zapatos mocasines de un número superior. Pas de tous; de ningún modo: quien así piense pierde de vista dos elementos que juegan en contra de uno.
 
De un lado, la persistente inclinación a sufrir reveses que cultivan asiduamente los directivos franceses en sus misiones extranjeras. Como muestra un botón: justo el primer día de aquella misión, un matrimonio – Monsieur M. y Madame M. – me vinieron a ver desolados: se habían dejado los billetes que eran de ida y vuelta en el asiento del avión que ya había partido a un nuevo destino.

Otro botón, éste del último día: el organizador del evento desde Francia, un directivo que miraba a todos, menos a su jefe, con aire de torva superioridad, resultó que había venido en avión privado y entrado en territorio patrio acompañado de otros ilustres dirigentes por la terminal VIP, donde los trámites carecen del exigente rigor más común en otras terminales.

Pues bien, no eran tiempos del espacio Schengen y el ladino caballero estaba en España sin pasaporte y volvía a París por línea regular. No me pregunten pues lo negaré todo, pero ciertamente Monsieur y Madame M. lograron tener unos casi imposibles billetes y al coordinador de mirada aviesa conseguimos pasarlo prácticamente invisible por el control de pasaportes, con una maniobra tipo melé de rugby. Entre un incidente y otro los reveses tuvieron todos lo colores, pues, como les decía, los directivos del país vecino, sobre todo cuando vienen agrupados y con sus esposas, son propensos a que les pasen cosas inauditas.
 
Aparte de este elemento perturbador, en una ciudad entonces atestada de visitas VIP, se sumaba el segundo elemento, que es el de los llamados incidentes locales imprevistos.
Como al jugador de golf que va en cabeza también me tocó gestionar la última presión. Bajo el modelo tuya-mía surgió el incidente con ocasión de una visita guiada a los tesoros de la Basílica de la Esperanza Macarena.
 
.- Las entradas las tiene usted, ¿verdad? – le pregunté a mi agente.
.- No, señor - me respondió sereno, pero firme el profesional: recordará que de eso se encargaba usted.
 
Fue uno de esos momentos terribles, como cuando vas tan tranquilo dos golpes por debajo de tu compañero competidor y éste hace un eagle en el hoyo 16 para empatarte y pasarte la presión. Estábamos ante una contrariedad muy seria. Uno puede acabar ahí su vida, al menos en su aspecto profesional.
Los directivos franceses de la Maison Mère que tienen escrito en el programa de mano una tarde de contemplativo y artístico paseo por un exposición se toman el asunto con toda la formalidad: esperan seriamente que las cosas saldrán como está previsto.
 
.- Cher Florence - le dicen a su augusta esposa – ces soir, grâce à ce merveilleux et compétente homme, nous pouvons contempler un trésor unique.
 
Uno esboza una sonrisa disimulando altas pulsaciones y recuerda que le contaron que cerca de París, en el Bois de Boulogne, hay un montículo bajo el que yacen los restos de otros “maravillosos y competentes hombres” que había asegurado a su Monsieur le President Directeur General que tendría a tiempo las entradas para ver Manon Lescaut en la Ópera de París.
 
En estos casos, lo último, y nada fácil de evitar, es caer en “pánico profesional”. En mi estirpe, que ha tenido que improvisar no pocas veces, tenemos planes alternativos. O los creamos. Así que, mientras un joven empleado de mi agente corría veloz con su moto para hacerse con unas entradas antes de que cerraran, yo invité a un típico y español chocolate con churros a la voraz comitiva, que aplaudía entusiasmada ante la hirviente sorpresa. Luego, llegamos a la Macarena justo antes de cerrar.
 
Tan justo que tuvimos la suerte de verla en exclusiva guiados por un dignatario de la Hermandad. Nadie sabía, salvo la Macarena, mi agente y yo, que me había salvado por la campana. En este caso, por la campana de San Gil.


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