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Jugando al golf con su tercer corazón: la imborrable gesta de Erik Compton

El US Open que ganó Kaymer nos mostró también a Compton con un intensa mirada de pasión juvenil engastada en un rostro de rugosa plata prematuramente envejecida.

CUANDO LAS LÁGRIMAS SE EVAPORAN
José Ángel Domínguez Calatayud / Actualizado 17 junio 2014 Ampliar el textoReducir el textoImprimir este artículoCorregir este artículoEnviar a un amigo
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Si uno comparaba el mate de su piel con el brillo y tersura de la del alemán que triunfó se quedaba perplejo. ¿Qué hace un señor así en una competición como ésta?
Vivir. Eso hacía Erik Compton.
 
Sonarían trepidantes los latidos del corazón al ver su nombre en lo alto de la pizarra del US Open. Después de cuatro días de golf intenso en un campo bronco, Erik Compton presentaba unos grandes resultados (72-68-67-72) que lo elevaban al 2º puesto en Pinehurst Nº 2.
 
Ciertamente no triunfó sobre Martin Kaymer, pero ganó al recorrido con un golpe menos que el par el campo y, sobre todo, ganó al destino, al derrotismo y a la desidia, a la desesperanza y a los miedos. Erik Compton también se hizo con el trofeo de la admiración del público conocedor de su batalla por vivir. Porque ese corazón era el tercero al que se le encomendaba la tarea de bombear sangre a las arterias de este jugador, natural de Miami, de 35 años de edad, profesional desde 2001.
 
La suya ha sido una lucha de perseverancia, combatida día a día, para abrirse paso en el golf americano. Con 9 años se le diagnosticó una cardiomiopatía viral que obligó a un trasplante de corazón al cumplir los 12 años. Con ese su segundo corazón estudió en la Universidad de Georgia y se hizo profesional. Ese corazón le acompañó, al ritmo de diástoles y sístoles, durante sus apariciones en el Nationwide Tour en 2002, 2005 y 2006. En 2004 llegó a terminar en segundo puesto empatado en el Preferred Health Systems Wichita Open.
 
Pero en 2008, aquel segundo corazón también decía adiós y le fue trasplantado el que ahora percute en su pecho. Con él ha tenido premios como el Ben Hogan Award otorgado en el Masters de Augusta de 2009 y que premia al jugador en activo con lesión grave o seria enfermedad.
 
Su presencia en el PGA Tour no se ha traducido en éxitos deportivos con derecho a trofeo, pero sí con derecho al honor y al respeto de los que practicamos el golf profesional o aficionado, por la tenacidad de sus entrenamientos – normalmente limitados a sesiones de sólo 9 hoyos, para guardar energías -, y por su persistencia en dejar de lado la autocompasión y poner proa al nuevo puerto que es cada hoyo.
 
Esa fuerza moral y mental le hizo ganar en 2011 el Mexico Open, y lograr otros éxitos en el Canadian Tour (2003 y 2004) y hacerse con el Hassan II, Golf Trophy (2004).

La de esta semana es su segunda aparición en el US Open; en la anterior de 2010 no pasó el corte. Y en todos esos momentos ha sabido no la teoría sobre las cosas efímeras, sino la auténtica experiencia, como cuando – nos lo relata Dave Shediosky en la web oficial de la ISGA - en 2007 el primer corazón donado empezó a fallar y, camino del hospital telefoneó a Eli, su madre, para despedirse. Pero las lágrimas se evaporan, la pelea continúa.
 
Buena lección para esos nuestros momentos en que por un suspenso, por un corto putt que no entra, por un disgusto familiar o por otra incertidumbre vital pensamos que todo se acaba.
 
Nada se acaba. Siguiendo este sábado a su hijo por ese campo de calor y arenales decía Eli: “Es increíble. Nosotros le hemos seguido durante 25 años de golfista. Pero los dos últimos hoyos de hoy, estaba reflexionando sobre todo lo que ha ocurrido y me sentí abrumada”.
 
La entereza que nos falta muchas veces para decir basta a nuestros lamentos, le sobra a Erik – y a sus padres ¡cómo no! – para tener la certeza de que cada latido es un resumen del infinito de nuestra vida y que no es imposible exprimirlo de gratitud por el sólo hecho de que esté ahí.
 
El lunes siguiente, con parte de estas cosas decantando en mi espíritu, tuve la dicha de jugar con dos socios de mi Club a los que veía poco. Veteranos del golf, uno estrenaba un cadera nueva, de cerámica dura, silenciosa y eficiente, a la que le sacó su rendimiento hasta el hoyo 12. El otro, que ya ha cumplido los 80, fue compañero durante los 18 hoyos no obstante seis stents implantados en otras tantas arterias, el último no hacía ni tres semanas.

El golf para ellos, como para otros de similar condición doliente, ofrece una especial manera de ver el mundo y sus circunstancias. Una manera que no es apego; tampoco desprecio; que es medida de las cosas que pasan en el universo interior palpitante de anhelos de vida. A ellos y a mi amigo de doliente corazón que yace en la cama de un hospital, mi gratitud y estas líneas de homenaje por la vida lograda, por el valor demostrado.

 
 

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