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Fidel Castro, del éxito de la Operación Carlota al éxodo del Mariel

África, el escenario de la gran aventura. Tras las experiencias del Che en el Congo y la participación en Argelia, la lucha por mantener la independencia de Angola frente a Sudáfrica.

BUSCANDO EL RUMBO
Melvin Mañón / Actualizado 8 diciembre 2016 Ampliar el textoReducir el textoImprimir este artículoCorregir este artículoEnviar a un amigo
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En 1968, Fidel lanzó la “ofensiva revolucionaria” una iniciativa que despojó de un plumazo a los cubanos del acceso a bienes y servicios provistos por mini-empresas que se conocían en Cuba como “timbiriches”. Aunque ya estaban acostumbrados a la libreta de racionamiento y la escasez de numerosos artículos los cubanos echaron de menos y resintieron los efectos de esta “ofensiva revolucionaria”.



Poco después, en un discurso realmente inolvidable en 1969 Fidel, aludiendo a la desproporción en el nivel de bienestar entre La Habana y el resto del país y reclamando un espíritu mas igualitario y justo, dijo que la capital de Cuba debería trasladarse a un poblado lejano llamado Guáimaro pero mucha gente dentro y fuera de Cuba no entendió la alusión ni su significado.

A medida que la gran ilusión de la revolución en cada país fuera de Cuba se desvanecía la carestía local se hacía mas penosa y la gente se percataba de defectos que antes habían pasado desapercibidos. El tiempo de la revolución daba paso gradualmente al tiempo de la economía y naturalmente la vara con la cual se miden ambas es de naturaleza, tamaño y finalidad distinta.

La Revolución del periodo heroico siempre había tratado de resolver las necesidades de abastecimiento de ropa, comida y techo y siempre había fracasado pero esos fracasos no se computaban en la mente del pueblo sino como adversidades derivadas o relacionadas al papel y las gestiones emprendidas por Cuba Revolucionaria.

Había, por supuesto, quienes 
se quejaban, dudaban, se reían o se resignaban; estaban los escépticos, los que nunca soñaron el sueño de una revolución; todo eso existía pero,el consenso era de que la Revolución estaba por encima de las limitaciones materiales que ella misma desataba y que se le debía admiración y respeto que no podían ser menoscabados por una libra de arroz, una prenda oportuna o un tubo de pasta dental.

El gran proyecto de la zafra de los 10 millones de toneladas de azúcar se vino abajo en 1970 igual que fracasaron en su momento los planes lecheros, el Cordón de La Habana, la Columna Juvenil del Centenario y hasta la fabrica de pastas alimenticias comprada en Italia. Las grandes fincas manejadas por el Estado no producían lo suficiente y la distribución era defectuosa.  

Los pequeños propietarios agrupados en la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) carecían de motivación y los espacios que antes había llenado la iniciativa privada ahora habían pasado francamente al dominio del mercado negro.  El efecto del consumismo externo sobre la moral cubana cobraba fuerza alentado por el estancamiento de la revolución mundial y el flujo permanente de exiliados hacia otros países. 

En octubre de 1968 el general Juan Velasco Alvarado se hizo con el mando del Perú y estableció un gobierno de inclinación izquierdista. El 4 de septiembre de 1970, Salvador Allende ganaba la presidencia de Chile y un mes después el general Juan José Torres iniciaba en Bolivia otro proyecto progresista.

Estos hechos contrastaban poderosamente con el estancamiento o disolución en que habían caído la mayor parte de los frentes guerrilleros en Guatemala, Venezuela, Colombia y otros países y contrastaban también con la suerte corrida por los Tupamaros de Uruguay el mas atrevido y exitoso caso de guerrilla urbana. 
 
Fidel se percató a tiempo de la nueva situación y nada ilustra mejor esa conciencia que  el caso del coronel Caamaño  y las decisiones que intentó en vano que este adoptara. Fidel dedicó mucho tiempo al estudio de estas experiencias y trató de derivar de las mismas un curso de acción que empujara hacia la revolución pero creyendo que ni los militares progresistas eran muy de fiar ni las victorias electorales tampoco.

Fidel creía en la revolución impulsada por un ejercito revolucionario y sustentada en grandes organizaciones populares. Los hechos no tardarían en darle la razón, Allende fue derrocado y asesinado en 1973, Torres fue depuesto en agosto 1971 y asesinado en 1976 y Velasco Alvarado antes de fallecer en 1977 fue depuesto por su propio primer ministro en 1975. 

Ahora Fidel tenía que adaptarse a lo que había, sin llamarse a engaños con los Montoneros de Argentina ni con los movimientos africanos que Cuba había apoyado con armas, entrenamiento y algunos hombres. Sería precisamente África, el escenario de la gran aventura de Fidel. 

La Operación Carlota a partir de noviembre de 1975 marcó la presencia cubana en Angola donde por primera vez, con fuerzas, equipamiento y tropas a nivel de ejército Fidel Castro incursionó en gran escala en otro país distante, más grande, extraño y complejo que todo lo que hubiera conocido antes. Las experiencias previas del Ché en el Congo en 1964-65 y la participación cubana en Argelia 1962-63 jamás alcanzaron la escala de esta operación. 

Los contingentes cubanos en Angola perseguían preservar la independencia del país frente a Sudáfrica por el sur, Jonas Savimbi de UNITA por el este y Holden Roberto por el norte. Pero en el proceso, Fidel, puso a prueba la capacidad combativa y operacional de su formidable ejército, curtió a sus tropas en la guerra regular y entrenó a su oficialidad y al alto mando en las complejidades de una guerra de esa envergadura.

Desgraciadamente para Fidel ningún triunfo en África ni el de Angola ni el del Ogaden al lado de Somalia en 1977-78 compensaba la ausencia de una victoria importante en Latinoamérica. Las afinidades linguísticas, étnicas y culturales cubanas no estaban en África  que seguía siendo un mundo negro, distante, incomprensible y en muchos sentidos también impredecible.

La exitosa presencia cubana en África añadió a la Cuba Revolucionaria méritos y reconocimiento que se le extendían por primera vez a una pequeña isla actuando mas allá de las posibilidades que se le atribuían, pero ni la aventura, ni la naturaleza exótica de esos países ni las fatigosas y excepcionales jornadas de combate pudieron impedir que a lo interno la situación continuara deteriorándose. 

Fidel denunciaba el bloqueo y las campañas hostiles emprendidas por los Estados Unidos en su contra pero el verdadero enemigo era otro. La sociedad de consumo, la publicidad incesante y omnipresente de esta en todo el mundo, se asentaba en las aplicaciones tecnológicas derivadas de los avances científicos desatados por la Segunda Guerra Mundial y se financiaba con las facilidades de las tarjetas de crédito que permitían comprar ahora y pagar después. 

Los avances en la tecnología y alcance de los medios de comunicación, sobre todo audiovisuales, dieron un impulso gigantesco a la sexualidad. Este impulso se apoyaba en el uso masivo de la píldora anticonceptiva que permitía libertades sexuales nunca antes imaginadas y que formaban parte y aparecían adscritas a un estilo de vida que glorificaba el espectáculo y el entretenimiento como publicidad y que prometía la felicidad eterna como propaganda ideológica.  

Por el avance e implantación de esta nueva cultura es que la victoria sandinistas en Nicaragua en 1979 no resultó una réplica de lo que había sido Cuba en 1959. Esta era una revolución triunfante, pero los tiempos habían cambiado y Cuba pareció entenderlo o aceptarlo desde muy temprano.

Si la población cubana no tenía acceso al consumo pero sabía de su existencia era necesario mantenerla ocupada, pendiente de la epopeya, ilusionada con la  revolución porque de lo contrario echaría de menos el nivel de “bienestar y felicidad” y se sentiría pobre y sobre todo, desgraciada. En abril de 1980 a pesar del prestigio de Cuba por su labor en África empezó el éxodo del Mariel. Mas de 125.000 cubanos dejaron la isla en cuestión de días a bordo de todo tipo de embarcación que estuviera disponible. Era el epitafio de una parte de la sociedad cubana a la muerte de la ilusión revolucionaria aceptada por muchos como un hecho pero no admitida en el discurso ni reconocida formalmente.
 

- Ver también, Fidel Castro, hacedor del mayor servicio de inteligencia y contrainteligencia (Hechos de Hoy)
 

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