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Ángel Santiesteban, alguien al que no se le escapa ni el más mínimo detalle. (Foto: EF)

"Creo que ya hice todo lo que tenía que hacer en esta vida"

La vida de un cubano que vive dentro de Cuba y manifiesta públicamente su oposición al régimen e​​s terrible. La maquinaria represiva es de una crueldad sin límites para que no vuelvas a levantar la voz contra ellos.

ÁNGEL SANTIESTEBAN-PRATS
Camilo Venegas / Actualizado 11 marzo 2021 Ampliar el textoReducir el textoImprimir este artículoCorregir este artículoEnviar a un amigo
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Cuba
Mi madre y la suya fueron grandes amigas de la infancia en el San Fernando de Camarones de los años cincuenta. A nosotros nos presentó la literatura 40 años después y en cuestión de días ya nos queríamos como hermanos. Nuestras complicidades pueden señalarse a lo largo de todo el mapa de Cuba.
 
Algunas incluyen persecuciones, como una noche de tormenta en un hotel de Nueva Gerona. El agente insistía en mostrarnos las pruebas. “No conocemos a esas muchachas, ni él ni yo hemos estado en esa habitación”, repetía una y otra vez Angelito sin poder levantar la vista para no soltar una carcajada.
 
Aunque en los últimos 20 años apenas nos hemos reencontrado dos veces, siempre retomamos nuestra hermandad justo en el punto donde la habíamos dejado. Cuando supo que mi madre había muerto, contactó de inmediato a los Odd Fellows de Cienfuegos.
 
—Mi herma, si decides traer a nuestra madrecita para Cuba, ya puedes enterrarla junto a tus abuelos —me dijo ese mismo día. Ese es Ángel Santiesteban, alguien al que no se le escapa ni el más mínimo detalle y que siempre está ahí, con su ingenio, su abrazo de oso y su cariño incondicional.
 
Eras uno de los escritores más premiados de mi generación cuando decidiste pronunciarte en voz alta contra la dictadura. ¿Cuál fue la gota que colmó el vaso? ¿Qué consecuencias inmediatas tuvo en tu relación con las instituciones culturales y tus amigos que ocupaban altos cargos en ellas?

De verdad disfrutaba mi vida como escritor. Aunque nunca trabajé en ninguna institución ni conformé una delegación oficial y no era de los aupados, debido a los temas que abordaba en mis libros que siempre resultaban incómodos, viajé por todas las provincias y a varios países a presentar mis obras y como invitado a ferias del libro.
 
Recuerdo que, aunque no me expresaba públicamente sobre política, en el 2002, en la Feria del Libro de Guadalajara, recorrimos escuelas y universidades. Nos guiaban grupos de “amigos de Cuba”, que en realidad son aliados de la dictadura. Cuando preguntaban sobre Cuba, muchos preferían no responder o mentir, pero yo prefería ser honesto. “A veces decir la verdad te hace cómplice del imperialismo”, me dijo Iroel Sánchez, en ese entonces presidente del Instituto del Libro. 

Después de aquella experiencia, los aduladores de la dictadura que coordinaban las actividades de la Feria no contaron más conmigo. Yo les ponía malo el negocio, porque todos esos militantes de la izquierda latinoamericana lucran con su “solidaridad” con Cuba, beneficiándose de becas para sus hijos, atenciones médicas gratuitas o vacaciones en la isla. 

Algunos dijeron que yo estaba loco, pues era un “privilegiado”. Viajaba, recibía premios, publicaba libros… pero llega un punto que uno no puede más con el asco que siente consigo mismo. Ese silencio cómplice no me permitía vivir en paz con los jóvenes que fusilaron por intentar llegar a Estados Unidos o con las farsas electorales que el régimen convoca y en las que teníamos que votar todos. 

Decidí revelarme ante todo aquello y puse un cartel en mi casa y lo subí a internet: “En esta casa no se vota. Nosotros botamos”. De inmediato Abel Prieto me mandó a buscar a la UNEAC, de la cual era su Presidente, para decirme que la Seguridad del Estado se estaba halando los pelos con mi actitud. 

Luego, en 2008, decidí crear un blog. Ya eso fue como quemar las naves. De hecho, el blog lo creé en tu casa, durante un viaje mío a Santo Domingo, desde tu computadora. A partir de ese momento me convertí en un mercenario, en un perseguido, “indigno de vivir dentro de la revolución”. Pasé a engrosar la lista negra de las instituciones culturales. Nadie podía invitarme a nada ni dejarme participar en ningún evento. La mayoría de los amigos me salieron huyendo, hasta los que visitaban mi casa a diario. 

Eduardo Heras León y Francisco López Sacha me advirtieron que pronto la policía política “comenzaría a enseñarme los instrumentos”. Recuerdo que me pidieron que sacara Los hijos que nadie quiso, mi blog, de Cubaencuentro. Les dije que no y a partir de ese día no me visitaron más. 

Tampoco aquellos que no ocupaban cargos volvieron a visitarme porque simplemente tenían miedo. Como soy muy sociable, era amigo o conocía a muchísimos escritores de Cuba y, por ende, sabía lo que realmente piensan (muchos se expresaban en privado de una manera aún más crítica que la mía). Pero la inmensa mayoría decidieron evitarme.
Recuerdo una noche que salí de una fiesta en la casa de la escritora Milene Fernández con Laydi Fernández de Juan, la hija de Retamar, y su esposo. Mi pareja en ese momento y yo nos quedamos sorprendidos de la manera en que Laydi se expresaba, bajo los efectos del alcohol, del régimen. A diferencia de ella, soy abstemio, siempre estoy consciente de mis desinhibiciones.
 
¿Cómo fueron tus años en la cárcel, cómo se relacionaban los presos comunes contigo? ¿Cómo hacía para sobrellevar el encierro alguien como tú, que tienes una constante necesidad de sentirte libre?

Si te digo que fueron terribles te engañaría. Aunque estaba privado de mi libertad, lo cual siempre es doloroso, me sentía útil. Donde quiera que me ubicaban, los guardias no podían cometer abusos. Los presos comunes se sentían agradecidos por mi presencia, porque de inmediato les mejoraban la comida y les comenzaban a pagar los sueldos por su trabajo para evitar mis denuncias de “mano de obra esclava”. 

Los presos, a su vez, me protegían. Sentía su admiración. Aun cuando algunos de ellos se prestaron para hacerle el juego a los militares, siempre encontraron una respuesta que decidían no volver a acercarse. Me refugié en la lectura y la escritura. Me levantaba a las 9 de la mañana y estaba trabajando (escribía a mano) hasta las 10 de la noche, cuando apagaban la luz. A veces llegué a irme para un salón que había a la entrada del baño para seguir escribiendo o leyendo. 

Para poder soportar el encierro, lo asumí como un sabático. En la calle jamás he tenido ese tiempo para crear. Puedo asegurarte que, a pesar de estar preso, me sentía más libre que muchos artistas que conozco y que jamás dicen lo que piensan.  
 
¿Cómo es la vida de un cubano que vive dentro de Cuba y manifiesta públicamente su oposición al régimen? 

Es terrible. Te sientes vigilado constantemente. Tienes que multiplicar las precauciones porque no sabes qué nuevo delito va a fabricarte la policía política. A veces venden algo en bolsa negra y decides no comprarlo, por mucho que te haga falta, porque puede ser un enviado de ellos para sorprenderte y devolverte a la cárcel. 

La inseguridad te enferma. Cada dos o tres días sueño que estoy preso… ¡Es tan fácil ir preso en Cuba! Una vez que cruzas la línea roja, comienzas a sentir el aire enrarecido, ya el oxígeno no es el mismo. Te traumatiza después que encuentras a los represores esperándote en la escalera de tu casa. A partir de ese momento, cada vez que salgas y entres a tu casa, los vas a encontrar en el mismo lugar.

Cuando un policía se te acerca o un auto patrullero se detiene a tu lado, te pones en alerta porque pueden venir por ti. Sucede igual con los autos típicos que usa la Seguridad del Estado. Siempre estás asustado, preparado para algo que puede cambiar el rumbo de tus planes más inmediatos. Eso te obliga a tener siempre un plan B. 

También es cierto que para mí hay “cierta protección”, al menos mediática, por ser escritor con algunos libros y premios, pero para aquellos que comienzan desde el anonimato es terrible. Gran parte de ellos pasan a engrosar la fila de “presos comunes”, porque el régimen no les otorga el estatus de preso político, y se pierden en lejanas y abusivas prisiones, sin que el mundo, ni los propios opositores se enteren que alguien tomó una actitud con el sistema. 

Es muy difícil ser opositor en Cuba, porque la maquinaria represiva es de una crueldad sin límites y hacen lo que tengan que hacer para tratar de que no vuelvas a levantar la voz contra de ellos. 
 
Actualmente ocupas un alto cargo en la masonería. ¿Cómo te hiciste masón? ¿Cómo ha logrado sobrevivir esa hermandad en la Cuba totalitaria?

He sido en dos ocasiones Gran Decano de la Meritísima Asociación de Veteranos Masones en Cuba. Es un cargo de mucho prestigio para los masones. Fui iniciado en la fraternidad hace 34 años. Comencé a los 21 (la edad en la que se permite ser masón), allá por el lejano 1987, pero desde dos años antes ya estaba cooperando con mi logia, mientras esperaba por la admisión. 

Siempre fue una ilusión de mi madre que fuera masón. Ella me inculcó ese camino, como creo que también soy escritor porque era lo que ella deseaba para mí. Recuerdo que una vez reunimos a tu madre y la mía y comenzaron a recordar su infancia. Eran amigas desde la niñez, pues tu familia y la mía venían de España y los domingos se reunían allá, en San Fernando de Camarones. Mientras los adultos conversaban, ellas, tu mamá, mi madre y sus hermanas, se iban a jugar en los portales. 

Siempre será un misterio cómo nos quisimos tan rápido. Desde el momento en que nos conocimos fuimos inseparables. Y entonces recordé que en los años que viví en Cruces, los viernes me iba para casa de mi hermano en Cumanayagua y, cuando el tren se detenía en la estación del Paradero de Camarones, allí en el andén, veía a un niño jugando, la mayoría de las veces solo. Te vi varias veces, también cuando regresaba los domingos. Luego de jóvenes supe que eras tú. 

En cuanto a la masonería, recién me han otorgado el más alto honor que puede aspirar un masón, que es el grado 33º efectivo de la masonería escocesa. Me siento muy orgulloso, sobre todo porque creo que la mayoría de mis hermanos me creen útil, que es a lo que yo aspiro, a servirle a la institución como he hecho durante más de tres décadas. 

La masonería en Cuba ha logrado subsistir porque se ha adaptado a los tiempos que le tocaron vivir. Se ha encerrado dentro de sus templos y ha olvidado todo pronunciamiento social, justificándolo con los preceptos y legislaciones internas. 

Criticable o no, ha sobrevivido, que es su primera premisa. 
A mis hermanos, sobre todo a los que ya no están físicamente entre nosotros, les debo la armonía de mi comienzo en la hermandad, tanto así, que aún hoy percibo esa concordia como el primer día. Ellos me indicaron el camino del esfuerzo, así como los conocimientos filosóficos que vas adquiriendo con las lecturas, los grados y los años.  
 
¿Por qué insistes en vivir en Cuba, qué te ata a un país que se ha convertido en una jaula para ti?

Creo que una de esas cosas que ata mi permanencia en Cuba es justamente la masonería. Aunque en la mayoría de los países existe la fraternidad, creo que siempre seré más útil desde Cuba. Me siento demasiado extranjero cuando salgo. Tú has logrado llevarte contigo a un Paradero de Camarones imaginario, que mantienes vivo. Yo necesito abrir los ojos y ver a La Habana o saber que puedo volver a ella en cuanto quiera.

Necesito a Cuba para vivir. ¿Recuerdas aquel viaje que hicimos por el interior de Matanzas y Cienfuegos? Éramos jurados en un concurso literario en Colón, nos despertamos y salimos por el Circuito Sur en mi camioneta. Me obligaste a parar en las estaciones de trenes de Guareiras, Amarillas, Aguada… Luego fuimos a Santa Isabel de las Lajas a la tumba del Beny. Necesito tener esa posibilidad siempre a mano. 

Aquí están los huesos de mis familiares, no tengo por qué dejarlos. Aquí nací, no entiendo que una dictadura me obligue a abandonar mi país. Sé que aquí voy a morir y no me importa cuál sea el precio para no abandonar esta isla. Creo que ya hice todo lo que tenía que hacer en esta vida. Solo me queda repetirme, lo que hago con mucho gusto y ahínco. 

Me encanta crear, sabes que en mí eso es un vicio incorregible. He sido muy amado por los que me han rodeado. Estoy convencido de que la vida me ha dado más alegrías de las que merezco y por ello solo quiero que mi epitafio diga: Aquí yace Ángel Santiesteban-Prats, un escritor que se enfrentó a la dictadura de su tiempo”. Si me gano ese recuerdo, seré más que bien pagado.

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