O sea, Na. No que no sea nada, sino que era Kevin Na quien ocupaba el primer puesto acompañado de G-Mac, que es el modo también breve de nombrar a Graeme McDowell, el norirlandés de enigmática sonrisa.
Ya avisaron que no cabía llamarse a engaño con el recorrido de este bello campo de Carolina del Norte: el hecho de haber segado el rough -esa hierba a los lados del firewall donde se pierden bolas y se fortalecen las muñecas- no significaba ninguna suerte de facilidad final. Porque el fin del golf es meter la dichosa pelotita en el agujero, y eso con greenes de alto deslizamiento y que no reciben la bola es hazaña para muy, pero que muy pocos. En esa ronda matutina, el mejor español era Pablo Larrazábal con +1, seguido de Miguel Ángel Jiménez +2, y Sergio García +3. Gonzalo Fernández Castaño era turno de tarde y salía a las 20:10 hora peninsular española.
Pinehurst está diseñado para profesionales no para turistas. Esas calles tan parecidas a los links escoceses dan mucho juego pero tienen la belleza de un hipopótamo bailando salsa, que también hay gente para eso. De hecho hemos visto golpes desde lechos arenosos y ásperos en los que el golf se muestra duro y difícil. Otros, parecían una maravilla pero, tras botar en un green de tripa de tambor la bola se perdía por el fondo. Esto es golf en un major, en uno de los cuatro grandes campeonatos del calendario mundial.
Es, está siendo, una prueba para los que quieren estar en la Ryder Cup, para los pocos amateur que ha conseguido clasificarse y para los que tienen el ansia permanente por conservar la tarjeta. Pinehurst es una reto y es un escaparate del mejor golf posible. Si Charlotte Brontë, autora de Jane Eyre, tuviera que escribir un libro sobre este torneo de cuatro días podría titularlo De la tortura al éxtasis. Si fuera Agatha Christie seguro que le daba su morbo: El hombre del putt equivocado o Nervios de acero en green de cristal. Otros, los que prefieren a la conocida literata Belén Esteban no se sorprendería al leer un titulo como Yo por mi birdie, mato. El hecho es que estamos ante la dificultad máxima del golf por recorrido, tensión por el premio y la incertidumbre que esconde cada recodo en el que el prestigio reclama lo mejor de cada quien.
La persistente ausencia de Tiger Woods, en proceso de recuperación de su lesión de espalda, añade una gota de aliciente para los que tienen capacidades manifiestas de conquistar este US Open: ahí están Adam Scott, Bubba Watson, Dustin Johnson o el joven Jordan Spieth. Y por parte europea Victor Dubuisson, Ian Poulter, el alemán Martin Kaymer o el mismo Miguel Ángel Jiménez, fuerte, astuto, experimentado e inmune a la presión.
Habrá que esperar, que cuatro días son muchos, pero mediado el turno de tarde eran ocho los colíderes con -2. El campo se resistía a ser vencido. Pocos eran los capaces de doblar el brazo al campo y hacer recorridos bajo par. Sus rediseñadores le han dado 300 metros más y lo han convertido en lo que J. B. Holmes definía como un recorrido con “las calles de un British y los greenes de Augusta”.
Y estos profesionales se juegan mucho no como nosotros los amateurs, que a veces nos llevamos berrinches de niño cuando no hacemos par, lo que, por otra parte, es lo habitual. Deberíamos estar contentos con sólo pisar el verde en bermuda. Ya lo dice mi compañero de juego y amigo sénior Antonio G. de la T: al final, por mal que juegues nadie va a quitarte la pensión ni te va obligar a venir el domingo a repetir el trabajo y corregir los yerros.