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José Ángel Domínguez Calatayud / Actualizado 19 octubre 2018 |
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fjrigjwwe9r1_articulos:cuerpo Escribo estas primeras líneas a las 10 horas de la madrugada del viernes. Me inquietaba no haber recibir más mensajes de Margarita hospedada en Finca Cortesín. No es mala posada. Ahí sigue, invitada al torneo del Circuito Europeo por algún sponsor.
Me sumerjo en Internet. La web de la organización del Andalucía Valderrama Masters anunciaba que la ronda, suspendida por la falta de luz se reanudaría a las 9 horas. Luego anuncia que se retrasaba hasta las 11:15 debido a la fuerte lluvia (due a heavy rain).
En la Casa Club de Valderrama había pesimismo. No es para menos. La actividad propia del jugador de golf es jugar al golf, no estar esperando sentado sin hacer nada. O trasteando con el móvil. Los organizadores han puesto mucho trabajo para que ahora se suspenda el evento. Los patrocinadores han hecho un esfuerzo económico en espera de un retorno que el agua de lluvia empieza a diluir: no era ésta la liquidez esperada.
Y la prensa sin noticias. Los espectadores sin espectáculo; y la afición convertida en aflicción. Dinero, sacrificio, imagen, marca, ilusión son disolubles al agua de lluvia. Valderrama es un acuarela de desvaídas pinceladas en gris, en ocre y en verde alcornoque.
Amábamos la lluvia, ahora tremendamente incómoda, que nos acompañaba tantos días de hace años en el norte. Las canciones de lluvia caminaban al paso de una juventud que cristalizamos en memoria musical: “Let it Rain” cantaba Eric Clapton. Y José Feliciano nos sugería “Listen to the falling rain…”. Ese sonido ahora difícil de sufrir fue tantas veces sedante bajo el paraguas por una calle de Bilbao, con Sylvie Vartan y su “Le rythme de la pluie…”.
Esta mañana, cuando más tarde pude hablar con una prima Margarita de aguardentosa voz, la única súplica que emitía era de Credence Clearwater Revival: “Who’ll stop the rain?”. ¿Quién va a parar la lluvia?
¡La pobre!; con lo que le gusta estar por Sotogrande viendo golf, charlando con sus ricos amigos y celebrar los éxitos de la escuadra española. Casi le canto “La Pioggia” de Gigliola Cinquetti: “La lluvia, la lluvia no existe./Si me miras/ tira el paraguas, amor./ Eso ya no sirve./ Ya no es necesario si estás ahí”.
Les voy a decir algo: se me ha pasado por la cabeza que es el cielo el que llora. Si oí bien un comentario dicho de pasada en un reportaje de “Locos por el golf”, éste es el último Valderrama de una profesional de estatura moral inversa a su estatura física. Si oí bien ella se va. No volverá.
Se hacían fotos los jugadores y los de Comunicación del Circuito Europeo. Y le reclamaban a ella. A ella, que no le gusta salir ni en la foto del DNI. “¡Venga! – le decían -, ven que es la última!” Si se marcha comprendo la congoja de los nimbo cúmulos. Negrura de aire frío en lacrimales claros.
Y entonces entiendo la rabieta de estas nubes negras: no resisten la emoción. Destilan a borbotones mediterráneas lágrimas salobres. Si oí bien va a quedar un hueco de sonrisas, dulzura, amabilidad, trabajo, silencios y compromisos con lo mejor del golf profesional. Si oí bien, ¿cómo no comprender que el firmamento llueva penas hondas que repiquetean sobre carpas y paraguas del Real Club Valderrama? No es lluvia, no: es el Himno del Adiós. Rain and tears are de same, lluvia y lágrimas son lo mismo, cantarían Aphrodites Child.
Tiempo habrá de hablar de ello, si oí bien… Sí, porque si no acabaré cantando como Ana Torroja en “Contratiempo”: “Vaya por Dios que tonta estoy/se me ha vuelto a llenar el corazón de lluvia”.
Y un poco más tarde nuevo anuncio de la organización retrasando un cuarto de horas más el reinicio de lo que queda de la ronda de ayer. Yo, vuelvo a mis negocios y seguiré por Internet las evoluciones del día de golf ahora pasado por agua.
He vuelto. Se despejó el aire a eso de mediodía y se consiguió que todos los jugadores completaran los primeros 18 hoyos veinte horas después del tiempo previsto. Sin solución de continuidad comenzó la segunda jornada. Estaban de “mañana” los que ayer tenían que haber sido de tarde y que apenas habían tenido un rato de descanso para comer algo.
Y la alegría era ver en el top 10 a cuatro españoles: Sergio García, Jorge Campillo, un reaparecido Gonzalo Fernández Castaño y un más que brillante Álvaro Quirós. Salió por el hoyo 10 y terminó sus primeros nueve hoyos a dos golpes de la cabeza.
Y de pronto, nueva suspensión por “rayos y truenos”. Es la vida que imita al golf. Es la Naturaleza que tiene sus reglas tan poco regladas. Llover es algo de apariencia anárquica. Como anárquico y grutesco es el tronco retorcido de los alcornoques de este maravilloso campo. Pero todo eso es hermoso. Molesto, pero hermoso, a no ser que te esté saliendo el día de golf de tu vida.
A Álvaro Quirós le estaba saliendo algo parecido y él lo contaba con su inconfundible estilo: “El juego va y viene. Esta tarde ha sido aún más irregular que esta mañana, pero entre los golpes de suerte y la garra que estoy poniendo estoy siendo capaz de llevar la vuelta adelante”.
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