En la vida como en el golf hay decepciones, incluso frustraciones más o menos insufribles. La pérdida del avión por un atasco; el tonto resbalón en un suelo mojado ante una concurrida asistencia; que le den a uno calabazas cuando ni se lo espera o que la tía Alicia – o su homónima en cualquier otra familia – requiera los servicios de uno para ir de compras, en el justo momento en que iba a salir a hacer 18 hoyos con los compañeros de club; son todas ellas situaciones no por usuales menos dañinas.
Sin embargo, entre los reveses más lacerantes están aquellos que por unas décimas, por unos segundos o por unos milímetros te dejan fuera de juego cuando tus labios ya saboreaban las mieles del triunfo.
En golf eso es especialmente punzante pues, como es sabido, las oportunidades de obtener la victoria son realmente escasas: un montón de gente se prepara para hacerlo imposible y arrebatar el trofeo. Es más, como la llamada Ley de Murphy, se podría enunciar el Primer Principio de la Frustración: “las probabilidades de que un jugador de golf obtenga la victoria en un torneo decrecen geométricamente en función del ansia que ese jugador ponga en obtenerla”.
Un Segundo Principio de la Frustración complementa el anterior con el siguiente enunciado: “Cuanto más cerca del final del match piense un jugador que la victoria ya está asegurada, mayores son las probabilidades de que ocurra lo improbable y pierda, para mayor dolor, por la mínima”.
Un Segundo Principio de la Frustración complementa el anterior con el siguiente enunciado: “Cuanto más cerca del final del match piense un jugador que la victoria ya está asegurada, mayores son las probabilidades de que ocurra lo improbable y pierda, para mayor dolor, por la mínima”.
Tengo un amigo y compañero de golf que acumula la mayor cantidad conocida de segundos puestos del mundo. De hecho, cuando no pierde directamente fallando un putt de medio metro en el último hoyo, es porque empata en resultado pero le arrebatan el trofeo por aplicación del criterio de que en caso de empate gana el jugador de menor hándicap. ¡Pobre diablo! En los dos últimos años ha ido bajando de hándicap hasta acumular una bajada total de 10 puntos y sólo ha ganado un trofeo. Su vitrina de trofeos tiene más huecos que el escaparate de una tienda de delicatesen de Caracas.
Vaya, que llega el hombre a la entrega de trofeo con un tarjetón que ya lo quisiera para sí Sergio García – por ejemplo de 41 puntos Stableford, equivalente a 5 golpes por debajo de su hándicap, toda una hazaña – y el director deportivo de turno anuncia: “Vencedor del Torneo Fulano de Tal y Tal, con una gran tarjeta de 42 puntos”. Y así un torneo, y otro, y otro.
De verdad: pocas cosas tan hirientes como que te hurten el helado de fresa cuando ya ibas a darle el primer lengüetazo. Pues si esto es así en los aficionados, imagínense lo que es en el terreno profesional, donde pundonor, prestigio, dólares e invitaciones a otros torneos son aceleradores de ansias vivas.
Por lo que he visto en televisión, tal puñalada la ha recibido hoy Rafael Cabrera-Bello en el hoyo 18 del Royal County Down Golf Club de Newcastle donde se celebraba la cuarta y última ronda del Dubai Duty Free Irish Open, torneo auspiciado por la Rory Fundation.
El canario llegaba al último hoyo con -2 y si hacía birdie podía ganar el torneo. Y justo en ese hoyo un par 5, hizo una salida regular al rough la izquierda. La bola estaba jugable, aunque ya no podría entrar de dos golpes: puso la bola en la calle a una distancia perfecta para su swing que, de hacerlo bien le hubiera permitido hacer un birdie de sabor a victoria.
Pues después de haber estado jugando de miedo en un día de perros, con viento de más de 40 km/h y lluvias por ráfagas, pegó un mal tercer golpe a la derecha del green que hacía difícil el approach. Efectivamente entró con el cuarto golpe a green y salió con 6 golpes.
Pues después de haber estado jugando de miedo en un día de perros, con viento de más de 40 km/h y lluvias por ráfagas, pegó un mal tercer golpe a la derecha del green que hacía difícil el approach. Efectivamente entró con el cuarto golpe a green y salió con 6 golpes.
Decía adiós al éxito – que finalmente se lo llevaría en el desempate con otros dos jugadores el danés Soren Kjeldsen – y también se le escapaba otra y ésta grande: si quedaba cuarto obtenía plaza directa para jugar en el Open Championship en Saint Andrews. Pues con el bogey del hoyo 18 pasaba de 2º a 4º, pero empatado con Tyrrel Hatton. Lo doloroso es que en caso de empate obtiene esa plaza el que tenga mejor plaza en el Ranking, y, ¿adivinan quién es? Pues sí, el inglés está en el puesto 139º y Rafael Cabrera-Bello en el 144º.
Tampoco es un consuelo alegar que fue afectado – como lo fue – por la llamada Maldición del Comentarista, que minutos antes decía tan tranquilo que al menos “una cosa es segura: Rafael estará en Saint Andrews”.
Pues le quedan otros dos torneos para intentarlo antes de la fecha: el Open de Francia y el Open de Escocia. Esperemos que nadie comente nada ya y que él domine sus ansias.