Pablo Larrazábal parece dispuesto a hacerse el mejor de los regalos de santo este domingo. Pero vayamos por partes: la jornada del sábado ha sido más rara que una sonrisa amable de mi tía Alicia. El partido estelar, el que sale en último lugar porque sumaba la mejor tarjeta de los dos primeros días, estaba compuesto por el inglés Danny Willet y por el canario Rafael Cabrera Bello.
Muy estelar y todo lo que se quiera pero el inglés no hacía más que un birdie en los primeros nueve hoyos penalizados por dos bogeys. Y el español, a lo mejor contagiado del triste juego del triste inglés, encadenaba dos bogeys en los hoyos 12 y 13, poniéndose también +1 en la jornada y despegándose del grupo que en ese momento iba en cabeza.
Muy estelar y todo lo que se quiera pero el inglés no hacía más que un birdie en los primeros nueve hoyos penalizados por dos bogeys. Y el español, a lo mejor contagiado del triste juego del triste inglés, encadenaba dos bogeys en los hoyos 12 y 13, poniéndose también +1 en la jornada y despegándose del grupo que en ese momento iba en cabeza.
Lo usual es que el tercer día haya uno o dos jugadores que están en forma e inspirados y un más o menos nutrido grupo intentando acercarse para prepararse una oportunidad de triunfo en el cuarto y último día.
Sin embargo durante todo el tiempo, y más tras reiniciarse el juego que estuvo suspendido por lluvia, todo funcionaba al revés y en la cabeza llegó a haber hasta ocho jugadores con la misma puntuación.
En aquellos momentos, en Casa Club descansaba con mejor resultado Carlos de Moral que con su tarjeta de 66 golpes había tomado la delantera. A él se sumaba, empatando en el total, el australiano Richard Green con una asombrosa tarjeta de 62 golpes (-10 en el día). Arriba, entre los de cabeza que estaban en el campo no se movía una mosca. Bueno, sí se movía un grillo, porque - perdón por el chiste fácil – Emilio Grillo permanecía líder en solitario.
Casi al final empezaron a retorcerse las cosas. El alemán Alex Cejka empató en la primera posición con el argentino. Dos hoyos más tardes se unió a ellos Pablo Larrazábal. En aquel instante, la cosa parecía preparada para narrar el partido como se contaban los viejos chistes: “Esto es un alemán, un argentino y un español que van a jugar al golf…” Pero el golf profesional no suele invitar a la carcajada y a las bromas. Y el día no tenía pinta de ganar un concurso de humor. En esas estábamos cuando a algunos se les presentó el fantasma del hoyo 18.
El fantasma del hoyo 18 es ese espíritu que pone delante de los ojos del jugador la situación real del partido y su posición relativa en él. En los amateurs tiene distintas manifestaciones. Una de las peores la sufren los que llevan buen resultado con posibilidades de ganar.
Por ejemplo: uno sabe que va jugando bien, pero no lleva la cuenta exacta del número de golpes que va bajo par: simplemente goza de su gran juego en un día inspirado y no quiere saber más hasta acabar. Entonces, el fantasma del hoyo 18 se apodera del alma del compañero marcador quien pronuncia la pregunta que no quieres oír y proclama en voz alta el veredicto que jamás debió dictar “in voce”.
.- ¿Quieres saber como vas? – y sin esperar la respuesta negativa añade todo seguido-: vas 8 bajo y si aquí haces birdie casi seguro que te llevas el torneo.
Escuchar esto en el tee de salida del hoyo 18, al poseedor de tan envidiable tarjeta le produce efectos inversamente proporcionales a la calidad de juego que llevaba: Si venía haciendo un swing perfecto con los brazos saliendo largos hacia el objetivo, ahora el swing se parecerá al de mi primo Gonzalo cuando cambió las riendas de su caballo de saltos por la bolsa de palos, y los brazos se le encogerán hasta parecer las torpes e ineficientes alas de un pingüino. Si el golpe salía lejos y recto, ahora se tornará ridículamente corto y con descarado hook (gancho a la izquierda) o slice (pronunciada curva la derecha).
En fin, si hasta entonces los lagos del campo le parecían insignificantes y risibles charcos fáciles de superar para la bola, desde que aparece el fantasma del lago del hoyo 18 toma las proporciones del Mar Caspio en marea alta: algo insuperable. Un buen socio que lo haya sufrido sabe lo duro que es llegar a ese último hoyo con -8 y acabar +10 a base de golpes al agua, bolas que anidan en palmeras o araucarias, docenas de golpes en el bunker y un hoyo tan pequeño como un macarrón y tan lejano y tortuoso como el desfiladero de la Hermida por donde transcurre el río Deva.
En fin, si hasta entonces los lagos del campo le parecían insignificantes y risibles charcos fáciles de superar para la bola, desde que aparece el fantasma del lago del hoyo 18 toma las proporciones del Mar Caspio en marea alta: algo insuperable. Un buen socio que lo haya sufrido sabe lo duro que es llegar a ese último hoyo con -8 y acabar +10 a base de golpes al agua, bolas que anidan en palmeras o araucarias, docenas de golpes en el bunker y un hoyo tan pequeño como un macarrón y tan lejano y tortuoso como el desfiladero de la Hermida por donde transcurre el río Deva.
Poca cosas tan nefasta como vender la piel del oso antes de cazarlo.
Pues algo parecido, pero en profesional, les ocurrió al alemán Alex Cjeka y a Emilio Grillo, que se fueron con su segundo golpe del hoyo 18 al agua, hicieron doble bogey y dejaron solo en cabeza al barcelonés Pablo Larrazábal (-17). En segundo lugar con -14 un grupo de ocho jugadores con el propio Emilio Grillo, Carlos del Moral y Rafael Cabrera Bello, que aceleró su recuperación con tres birdies en los tres últimos hoyos.
Interesante será la jornada final en el Golf Club Gut Lärchenhof si no olvidamos que hasta rabo todo es toro.