La actitud en el campo condiciona el golpe y acaba influyendo decisivamente en el resultado. Lo escuchaba en parecidos términos a las comentaristas televisivas encargadas del seguimiento del Women US Open, que se juega en el mismo infierno de recorrido en el que se disputó el de varones.
En la pantalla se veían – con perdón - los morros de Stacy Lewis, esa jugadora americana hipercompetitiva y Nº 1 del golf femenino, pero que no tenía el día con el putter. Si fuera fútbol, y perdón, esta vez por nombrar la bicha, la chica no le acertaría al arcoíris. El motivo de tanto disgusto y de tan larga cara eran esos putts cortos que se le iban fuera del hoyo por micras. Fallado uno de cuatro pies, fallaba el siguiente, lo que le ponía de los nervios en el que venía a continuación.
En los comics solía ilustrarse la situación con dos figuras de ángeles rondando la cabeza de la chica: uno, rojo y con cuernos, se lo pondría negro y le amargaría el alma y la cara que es su espejo. El otro, todo candor y buenas maneras le susurraría buenos sentimientos – el feeling, tan de golf – para que recuperase la confianza.
En la vida real – donde sí hay ángeles pero no se ponen melodramáticos revoloteando sobre las cabezas – los seres celestiales antes de intervenir directamente otorgan un amplio margen a la iniciativa privada y a los expertos asesores en la materia.
Cuando en otra vida empleaba mis talentos en actividades de comunicación corporativa, siempre admiré a un presidente con quien compartí aciertos y desaciertos. Pero pienso, en sincera humildad, que hubo entre los dos un buen feeling y empatía por el mutuo gusto para mantener la buena cara en todos los mares por rebeldes que se pusieran las ballenas o los sindicatos. Por mi parte pude ver cómo tomaba decisiones con poco margen para el fracaso con la naturalidad con la que mi querida tía Alicia se devora un impertinente encargado de cosmética.
No sé a estas alturas si el poder da la naturalidad o el camino es el inverso: afrontar y asumir como normal el que las cosas no salen siempre según el plan previsto, pero funcionar, en todo caso, con la firme convicción de que los planes tienen que salir.
Esto, sobre todo cuando hay un equipo detrás, da buenos resultados. En el golf los mecanismos antropológicos responden a idénticos resortes.
Si uno mira a los líderes que permanecen siéndolo ve a personas que apenas tuercen el gesto, porque tienen acostumbrado a su cuerpo a acompañar un alma libre. Aquí libre significa que se ha tomado un resolución y se compromete la propia actividad a ese fin.
También se llama “dominio de sí”: quien no se domina, porque no se posee a sí mismo, acaba torciendo algo más que el gesto y cediendo a cualquier genio. Suele decirse que está que “se lo llevan los demonios”. Muchas veces la inflación de ambición juega ese modelo de malas pasadas. Y el espíritu se colapsa en bloqueo de toda la persona. A lo mejor, o sea a lo peor, eso es lo que le ha ocurrido a Stacy Lewis en la tercera jornada del Women US Open: que empezó tercera (al par) y terminó duodécima (+4). O quizás todo se deba al terrible recorrido de Pinehurst, donde la semana pasada sucumbieron las mejores bolsas masculinas.
Algunos de ellos están preparando el gran combate de verano – Open Championship, Ryder Cup – batiéndose en los grandes torneos: en el European Tour el Irish Open, momentáneamente liderado por ese finlandés con nombre de taburete de Ikea, el joven Mikko Ilonen. Por su parte, Pablo Larrazábal va 21º.
En el PGA Tour el que se ha recuperado es Sergio García, que pasea su serenidad por el TPC River Highlands, en Cromwell, Connecticut y ya va empatado en tercer puesto a dos golpes de los colíderes del Travelers Championship.
Este verano que acaba de empezar puede ser toda una oportunidad para el gran golf, pero no tiene duda de que lo será para los que conserven la paciencia en el juego, que es lo mismo que decir un ánimo imperturbable. No es fácil, pero vale la pena intentarlo.